Guerra en el aserradero es un film francés dirigido por Julien Leclercq (L'assaut 2011 y Lukas 2018) que rápidamente se subió al podio de lo más visto en el fin de semana argentino.
Es una película solo para verdaderos amantes de los géneros de la acción y el suspenso, con una precisa y sombría ambientación y donde destaca la actuación de su protagonista, el actor franco-tunecino Sami Bouajila.
La película, cuenta la historia de Said, un hombre que maneja un aserradero heredado por su suegro, junto a su hija sordomuda Sarah, que da trabajo a gente que tuvo problemas con la ley. Los problemas inician cuando Yanis, uno de sus empleados, acepta ocultar un automóvil a su medio hermano Mehdi.
El auto no es cualquier vehículo, sino que dentro se encuentra cocaína robada por este último y sus secuaces de una estación de policía, y que pertenece al mafioso Adama. Said intenta hacer lo correcto, hasta que se entera que el líder de la mafia se dirige al aserradero, poniendo en peligro la vida de su hija, a la que defenderá a toda costa.
Con esto se inicia el imparable ritmo del relato, donde el maduro padre, que hace poco vendió la maderera por una enfermedad, hace gala de una sangre fría y un manejo de las armas que solo se explica por la desesperación que enfrenta.
Del otro lado de este “combate” se encuentra el impasible Adama y una decena de sus secuaces que llevan ametralladoras. Pero este escenario casi imposible de contrarrestar es confrontado por Saïd, mientras Sarah y Yanis huyen por el bosque.
Así, en medio de un escenario mínimo, entre los árboles y bajo un cielo amenazante, Leclerq va dibujando una agresiva historia de supervivencia, donde un hombre llega hasta las últimas consecuencias para defender a su hija y su lugar de trabajo. https://www.lacoope.net/lacoope/nota/2020-3-11-12-24-0-netflix-top-10-de-las-peliculas-mas-terrorificas
Una desesperada crónica donde las palabras pasan a un segundo lugar y las reemplaza con ataques, disparos y muertes, y donde el lapso final -de una hora y 20 minutos de duración- no da tregua al espectador.
Nota de Daniel Bressan
